El museo Tiwanaku, La Paz, Bolivia

Rem Sapozhnikov / Febrero de 2008
El museo Tiwanaku resultará de interés no sólo a los especialistas en culturas antiguas del altiplano. También es conveniente visitarlo aunque sólo sea para profundizar en el enigmático y aún poco “descifrado” mundo de aquellos pueblos que fueron los primeros en asimilar los inhóspitos territorios pétreos de los Andes.

Hasta el momento actual, el conocimiento de la cultura Tiwanaku es muy general y vago. Con seguridad sólo se puede afirmar que en la antigua cultura tiwanaku se logró el cultivo de ciertos tubérculos prehistóricos, hasta convertirlos, en resumidas cuentas, en la actual patata, sin la cual nuestra ración alimenticia perdería la mitad de su valor nutritivo. ¿Qué nos haríamos sin la deliciosa patata?

Así pues, la cultura tiwanaku supo desarrollar varias decenas de clases de patatas, de lo cual podemos convencernos visitando cualquier mercado indio en Bolivia, Perú y Ecuador. Se venden las diversas clases según sean para salcochar, freír o congelar.


El Museo Tiwanaku se encuentra en una callejuela en el centro de La Paz. El edificio del museo recuerda en algo un castillo caballeresco. Se paga la entrada y es comprensible: en las arcas del Estado no es mucho el dinero disponible para el mantener los numerosos museos de Bolivia. En la taquilla de los billetes también pueden adquirirse libros y folletos acerca de la civilización tiwanaku, que difícilmente ayuden a descubrir los secretos del pasado, pero si serán de utilidad para un conocimiento elemental de los múltiples objetos en exposición: desde primitivos instrumentos de trabajo hechos de piedra hasta momias bien conservadas extraídas de sus lugares de enterramiento por los arqueólogos. Les confieso que contemplar momias expuestas en museos no resulta una ocupación muy ética que digamos. Por muy antiguo que sea el ciudadano tiwanaku que se muestra en la vitrina, de cualquier forma tiene todo el derecho a que se le respete. A los especialistas esto le resulta interesante. Bueno, pues que hagan sus investigaciones dactiloscópicas y de otro tipo en la soledad de sus laboratorios.


En el libro de visitantes del museo, escribí: “¡Dejen descansar en paz los restos de vuestros ancestros! Ellos les legaron hermosas construcciones en el altiplano, pues disfrútenlas, restáurenlas y cuídenlas”.

Todos los objetos expuestos en el museo (exceptuando las momias) pueden considerarse ejemplares únicos tan siquiera por el hecho de que durante mucho tiempo en Bolivia se practicó la “arqueología salvaje”, producto de la cual los más antiguos testimonios del pasado, extraídos secretamente de la tierra, eran vendidos a ricos coleccionistas extranjeros.


Lo que llegó al Museo Tiwanaku ¡se ha podido conservar por puro milagro! Presté atención al hecho de que miembros de colonias de extranjeros de La Paz contribuyen de manera significativa en el mantenimiento del museo. Por ejemplo, la sala número 2 lleva el nombre de “Sala Jerusalén” porque fue restablecida gracias a los recursos aportados por el “círculo israelita”, según se hace saber en una tablilla.


Salas y objetos en exposición del museo:


Luego de visitar el museo me resultó más fácil comprender lo que se ofrece a la vista en las extensas áreas del complejo arqueológico Tiwanaku a 73 kilómetros de La Paz.
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Calle Sagárnaga




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