22 de Marzo del 2020
Tiwy.com
El coronavirus: cómo cambiará nuestra vida
Andrey Manchuk
- http://liva.com.ua
La Organización Mundial de la Salud ha declarado que el brote de coronavirus es una pandemia global. La situación ha resultado ser grave y la enfermedad peligrosa, a pesar de las dudas de los escépticos. Y ya queda claro que esta situación es capaz de cambiar la vida de cada uno de nosotros, incluso la de los que evitan la enfermedad que se extiende por todo el planeta. Esto no es alarmismo patológico, sino la simple constatación del hecho. Pero es importante reconocer que, precisamente, fue el pánico provocado por la epidemia lo que ha intensificado repetidamente el efecto destructivo de la infección por coronavirus a través de los transmisores de los medios y las redes sociales. Sí, en general, se ha convertido en su principal factor llamativo en el sentido de su influencia en la sociedad moderna.

Desde luego, a pesar de la elevada virulencia del coronavirus, en la pandemia como tal no hay nada nuevo en principio. En el transcurso de su historia, la humanidad de manera permanente se ha topado con brotes de enfermedades peligrosas, en cada ocasión recomenzando su desarrollo tras la otra peste de turno. “Mi intención era pasar el invierno en Italia. Pero en Italia se desataba el cólera de una forma terrible; el país entero estaba cubierto por las áreas en cuarentena. Sólo encontraba italianos que huían de allí y que, por temor, con mascarillas dejaban atrás su país” escribía en 1836 Nikolai Gogol de viaje por Europa. Parece que sus palabras se refieren a la Italia moderna, en cuarentena total y con personas atemorizadas con mascarillas, entre las cuales hay muchísimos compatriotas de Gogol, los trabajadores migrantes ucranianos. Esto una vez más recuerda que la historia se repite, a pesar de que nos inclinamos a olvidar las desgracias que han sufrido nuestros antepasados.

Sin embargo, la pandemia actual está teniendo lugar en un mundo globalizado que se ha convertido en una especie de organismo único, que está conectado por la red de información y la red circulatoria de lazos económicos que le permiten circular noticias al instante y retirar instantáneamente miles de millones de dólares de capital, distribuir bienes en todo el planeta y mover grandes masas de mano de obra, según los principios básicos del sistema neoliberal dominante. Todo ello ha creado complicadas dependencias causa-efecto capaces de derribarlo de un empujón en el punto clave de unión. Y esta piedra angular resultó ser China, un taller de ensamblaje de la actualidad, el cimiento fundamental de la producción real, en el cual se sostiene, en gran medida, el mundo ilusorio del capital especulativo. Este cimiento ha sobrevivido a la epidemia. No obstante, los temblores que la sacudieron desde principios de año se convirtieron en un terremoto para la economía mundial desregulada, provocando el primer colapso de las cotizaciones bursátiles que generan en otros países oleadas de ansiedad.

Todo ello ha revelado las flaquezas bien conocidas del sistema global afectado por numerosas enfermedades de naturaleza económica y social. Entre estas se cuentan las desproporciones desordenadas del “mercado libre”, la pobreza en gran escala, la creciente desigualdad social, el atraso crónico en el desarrollo, las enormes lagunas en la educación e, incluso, los rudimentos del fundamentalismo religioso junto a una corrupción constante, así como la insolvencia elemental del aparato administrativo estatal, a cuya dirección tradicionalmente se reclutan las personas procedentes de la elite. Por último, la profunda crisis ha desempeñado su papel en la salud pública socavada por la “política de austeridad” que simplemente no puede con la enfermedad en los países europeos más “civilizados”, tales como la ya mencionada Italia y el resto de los Estados del Primer Mundo.

“El coronavirus fue el catalizador del colapso en los mercados de valores, las caídas bruscas se produjeron en todas partes el ‘Lunes negro’. La epidemia es un precedente histórico que puso al descubierto la profunda enfermedad del propio sistema capitalista que, en cualquier momento, puede caer en una recesión aún más profunda que la de 2008. La epidemia del coronavirus no es la causa de la crisis, pero constituye un mecanismo desencadenante que provocó una reacción en cadena. Esta va a intensificarse ya que cada vez más y más sectores de la economía están en crisis… El virus actúa como un mecanismo desencadenante, exactamente igual a la crisis petrolera de 1973 que provocó la caída mundial de 1974 o la explosión de la burbuja puntocom que causó la recesión de 2000-2001 o el colapso de los créditos de alto riesgo que provocó la recesión de los años 2008-2009. Incluso, el período recesivo de 1929 al 33 fue causado por la quiebra de Wall Street como consecuencia de las especulaciones precedentes. Cada una a su forma actuó como catalizador de la ya madura y profunda crisis económica. Cualquier causa podía desempeñar esta función” escribe al respecto Rob Sewell, redactor de la revista “Socialist appeal”.

No obstante, la pandemia nos conduce no solo al estancamiento y al profundo declive de la economía. La rápida propagación del virus enriquece al ejército de especuladores y allana el camino para el pánico que instantáneamente arranca de los ciudadanos cualquier rastro de humanidad, como lo pusieron de manifiesto los acontecimientos en Novie Sanzhary (Se refiere a la protesta violenta en la ciudad ucraniana Novie Sanzhary, cuyos habitantes bloqueaban con unas barricadas el paso de los autobuses que trasladaban a sus compatriotas evacuados de Wuhan, y los apedreaban). Y, lo principal, genera medidas restrictivas que no tienen precedente en la historia moderna. Se trata, ante todo, del deterioro total de los derechos y libertades principales que todavía ayer constituían un derecho natural e inalienable de cada persona actual.

Así, en particular, está restringida la libertad de movimiento: las ciudades italianas están en cuarentena, se suspende la transportación, se cierran todas las instituciones y unos sesenta millones de ciudadanos de este país no pueden abandonar más sus poblados y ciudades, auto-obligándose a asumir el papel de los personajes del “Decamerón”. Se refuerzan los sistemas de control con la participación activa de los órganos represivos, a pesar de que esa política tiene sus fallas y con frecuencia luce desproporcionada. Este ejemplo es seguido febrilmente en otros países, incluidos Francia, Israel, EE.UU. y los Estados postsoviéticos. Acciones similares están fundamentadas, pero es totalmente evidente que las autoridades van a tratar por todos los medios de utilizar la situación para sus fines de aplastar las protestas y llevar a efectos medidas antipopulares como la reforma de pensiones o el levantamiento de la moratoria sobre la venta de tierras. Al comienzo de la epidemia, las personas se lanzaron a releer “La peste” de Albert Camus, sin embargo, ahora es de mucha actualidad el célebre trabajo de Naomi Klein: “La doctrina del shock: florecimiento del capitalismo de catástrofes”. Este trabajo muestra que la clase gobernante siempre saca su ganancia de la crisis, y alcanza en esta logros impresionantes en contraste con las acciones fallidas para combatir la epidemia.

Todo ello ya está suscitando las objeciones de los defensores de derechos y activistas políticos. Al reconocer la necesidad de las restricciones de las cuarentenas, señalan que las medidas de prohibición a menudo son contrarias a la legislación vigente y el sentido común, al utilizarlas con fines dudosos. No obstante, la epidemia permite a las autoridades desconocer las leyes e introducir nuevas reglas, lo que por sí mismo ha reformateado la realidad habitual para todos. En este sentido, nos encontramos en el mismo inicio de los cambios tectónicos que diariamente se van a extender hacia nuevas regiones, convirtiéndose en algo completamente rutinario, inevitable y habitual. Pues, el miedo ante la enfermedad y los temores por el futuro propio aplastan los instintos de resistencia en las personas, y el estado de emergencia y las prohibiciones no los dejan organizarse para salvaguardar sus derechos.

“El coronavirus es real y deseo sinceramente a todos los enfermos una pronta curación. Pero se trata de una enfermedad con la que se han contagiado en la actualidad un total de 120 mil personas. Sin duda, son necesarias medidas preventivas decisivas a nivel de los Estados y la profilaxis cotidiana de los ciudadanos. Pero, ¿acaso esto tiene algo en común con la psicosis masiva exacerbada por la mayoría de los principales medios de comunicación y la prohibición de actividades masivas en países, en los que continúa transitando el transporte público abarrotado, frecuentado mucho más que las manifestaciones y los conciertos? ¿Para qué y a quién le hace falta el boom de rumores, inventos y temores provocado por la prensa? ¿A quién le beneficia mantenernos a todos en un estado de alarma y depresión permanente?” pregunta el periodista Oleg Yasinsky.

Semejante interrogante es lógica, teniendo en cuenta que miles de personas fallecen cada día de las enfermedades más comunes causadas por la pobreza, la inanición, la falta de medicamentos y otras causas de raíz estrictamente social. Sin embargo, ello nunca ha causado en la sociedad no solo una gran alarma, sino tampoco algún interés serio.A tal punto que cualquier cuento sobre niños africanos hambrientos se convirtió hace tiempo en objeto de burlas irónicas de los periodistas y blogueros que tanto están escribiendo ahora sobre el coronavirus, exponenciando la conspiranoia.

En este sentido hay que recordar: las medidas de cuarentena apenas funcionan en la sociedad de mercado con un sistema médico “suprunizado” (Se refiere a la politica neoliberal, de recortes y “optimización”, aplicada al sector salud ucraniano por Ulana Suprún, la ministra encargada de Sanidad entre los años 2016 y 2019) en el que ante las personas hay una opción sencilla: enfermar o perder los recursos para la existencia.

“A pesar de los gritos de “que las personas enfermas permanezcan en casa”, los estadounidenses no van a quedarse en casa. Este país no está acondicionado para permanecer en casa. Los estadounidenses van a arrastrarse hasta el trabajo ya sea con peste, cólera o con viruela. Para empezar, ¿quién puede permitirse esto? En el orden material las personas viven muy apretadas, de principio a fin, al tope. Muchos no tienen ni certificados por enfermedad ni vacaciones. Y a los que tienen vacaciones la perspectiva de gastar esos preciosos días para quedarse en casa, tengan o no los mocos, no es nada atractiva. Para los que laboran en trabajos sencillos, en general, no hay opción. Allí todo es muy simple. No fuiste al trabajo, no puedes regresar en absoluto. Aunque te hayas enfermado, aunque hayas parido. Faltaste al trabajo, ¡fuera! Sin hablar ya de que estas personas que laboran en trabajos sencillos, por lo general, no tienen seguro médico. Por ejemplo, ninguna de nuestras cuidadoras tiene seguro. Y no hay seguro en la tienda, ni en Uber, ni en la limpieza, ni para los que cuidan niños por cuenta propia, ni en el taller de reparación de autos. ¿Ellos qué, van a dejar todo y correr para salvarse del virus por su propio dinero? Es ridículo, plantear la cuestión así” cuenta un bloguero que trabaja en el área de la salud.

Un día la epidemia pasará gracias al espíritu de sacrificio de médicos, trabajadores sociales, empleados de los servicios comunales y otras personas que se incorporaron a la dramática lucha contra la enfermedad. Los temores comenzarán a perder fuerza y muchas prohibiciones se eliminarán. Pero el mundo cambiará seriamente con la particularidad de que no será para mejor ni mucho menos. Y la “sociedad abierta” de la época neoliberal que, por cierto, siempre ha estado verdaderamente abierta solo para el capital y sus propietarios, en cierto grado colapsará, reduciendo el espacio libre de las personas ordinarias, sencillas, atomizadas al máximo y dependientes de la agenda impuesta desde arriba. Tanto más, cuanto que el aislamiento objetivamente reforzará la influencia propagandística del televisor y las redes sociales que lavan los cerebros a un público asustado.

En el mundo moderno no hay fuerzas anticapitalistas verdaderamente influyentes que pudieran utilizar para sus fines las conmociones del sistema imperante, sólo queda confiar en que podrán surgir de su resultado. Eso nos rememora, simbólicamente, las derrotas de Bernie Sanders y Jeremy Corbyn, políticos moderados que nunca fueron más allá de las reglas del sistema y que han abogado por concesiones mínimas, como el acceso equitativo a los servicios de salud. Pero por otro lado, las elites sin duda aprovechan esta crisis al máximo. La propia globalización no se detiene, sin embargo, esta cada vez más comienza a adquirir las características de una antiutopía totalitaria, en la que el hombre siempre va a sentirse como objeto de control, teniendo en cuenta que su casa, la ciudad o el país en cualquier momento pueden convertirse en una prisión para él. Y nadie, incluso, se interesará por su opinión en relación con los acontecimientos ocurridos.

Las consecuencias sociales de la pandemia superarán, por su impacto en el mundo, a la propia enfermedad que, en resumidas cuentas, mostró a todos los defectos, vicios y debilidades crueles de la sociedad moderna. Al igual que un organismo enfermo, el mundo debe reaccionar ante los signos alarmantes para curarse y cambiar. Esto hay que hacerlo lo más rápido posible, aquí y ahora. En caso contrario, será peor para todos nosotros.

Mucho peor.