Enseñanzas salvadoreñas

3 de Abril de 2003
Las recientes elecciones en El Salvador, en las que la antigua guerrilla se consolidó como primera fuerza electoral, encierran más de un mensaje para Colombia.

El conflicto en Irak ha acaparado tanta atención que poco despliegue han recibido en el país hechos significativos registrados en la región, que dicen mucho sobre el estado de la guerra y la paz en nuestro Hemisferio. Por ejemplo, las elecciones parlamentarias y municipales celebradas el pasado 12 de marzo en El Salvador, donde la antigua coalición guerrillera que integraba al hoy legalizado Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) se consolidó como la primera fuerza electoral del país. Ya había vencido en las legislativas del 2000, pero no con la contundencia de estos comicios. En efecto, el FMLN, que volvió a conquistar la alcaldía de San Salvador, ganó 31 escaños en la Asamblea Nacional frente a los 27 que obtuvo la Alianza Republicana Nacionalista (Arena), el partido que ha gobernado al país los últimos 14 años. Otros cinco partidos lograron un total de 26 curules.

Para Colombia resultan particularmente interesantes las enseñanzas de paz y la evolución política de este pequeño país centroamericano, que padeció casi dos décadas de una atroz guerra interna, que sobrepasó en intensidad, destrucción y número proporcional de víctimas al conflicto colombiano. Pero no en duración. Porque en enero de 1992, después de dos años de negociación directa y muchos más de diálogos frustrados, se firmó el célebre acuerdo de paz, que inauguró una nueva era de convivencia y progreso para esta martirizada nación centroamericana. Una paz firmada entre un partido de extrema derecha en el poder (Arena, fundado por el ex mayor Roberto D'Abuisson, considerado como jefe del paramilitarismo) y un frente de guerrilleros marxistas, que depusieron las armas para negociar un cambio en la estructura de poder de su país.

Hace 15 años, El Salvador era un país devastado y arruinado, dividido en dos por odios ideológicos y clasistas; laboratorio de la guerra fría. Hoy ha realizado cinco procesos electorales democráticos, tiene una economía dolarizada, un presidente -reelegido- de 43 años y donde, pese a innegables problemas sociales y delictivos, se respira un clima de tranquilidad y optimismo. Los salvadoreños han logrado construir un modelo político incluyente y, al mismo tiempo, un sistema de libertades constitucionales creíbles. Las elecciones del 12 de marzo, donde ganaron limpiamente en las urnas quienes antes solo creían en la bomba y el fusil, son el mejor ejemplo de cuanto se ha avanzado. Con detalles insólitos, como la manifestación conjunta que realizaron Arena y el FMLN para protestar contra las denuncias de fraude electoral que formuló el PCN (Partido de Conciliación Nacional), que obtuvo 16 escaños. Es como si en la Colombia del postconflicto, las Farc y las Auc (ambos ya legalizados, claro) se unieran para protestar pacíficamente contra algo.

El FMLN ha adquirido responsabilidades políticas cada vez mayores. Gobierna nuevamente en la capital y tiene la mayoría relativa en la Asamblea Nacional, lo que le permite concertar una agenda legislativa con los partidos de derecha que, unidos, suman más votos. Ya comienza a encabezar incluso las encuestas presidenciales y sus dirigentes saben que, si lo hacen bien, pueden elegir Presidente. Esto es producto de la credibilidad política que ha logrado construir el FMLN. Como partido organizado y serio, por encima de sus individualidades. El candidato que ganó la alcaldía de San Salvador era prácticamente un desconocido, pero era el candidato del Frente. Y por eso resultaba creíble.

Son las enseñanzas y lecciones que encierra la experiencia salvadoreña. Las de un país antes desgarrado, que supo enterrar sus muertos, restañar las heridas y echar para adelante. Todo es posible cuando hay voluntad, realismo y decisión. Cuando se entiende el agotamiento de la guerra y existe el coraje para ensayar otro camino. Los colombianos deberíamos mirarnos más en el espejo de El Salvador. Sobre todo aquellos que se niegan a abandonar la violencia y aún creen que las armas son un instrumento para lograr cambios políticos. (“El Tiempo”, Colombia)
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