Metamorfosis bolivianas
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Konstantin Sapozhnikov / Mayo de 2008
El aeropuerto de el Alto
Era tarde en la noche cuando el avión tocó pista en el aeropuerto de "El Alto". Tuvimos que abrigarnos urgentemente: el frío aire del altiplano nos calaba hasta los huesos. También aparecieron los síntomas del soroche o mal de las alturas: a los pulmones les faltaba mucho oxígeno, las piernas parecían de algodón y el corazón latía con una frecuencia como si hubiera corrido los 100 metros planos. Por cierto, estos "malestares" pasajeros ya los conocía bien desde que con anterioridad trabajaba en Bolivia como corresponsal. A los dos o tres días todo quedaría normalizado.

El aeropuerto prácticamente no ha cambiado: salas pobremente alumbradas, pasillos estrechos. Sin embargo, en la presentación de las vallas había nuevos detalles. En lugar de los retratos oficiosos del presidente de turno, predominan carteles de vivos colores, con preponderancia del color rojo, que hacen campaña a favor de justas reformas sociales y de la nueva constitución. En algunos carteles aparece Evo Morales, primer presidente indígena, con una amplia sonrisa, fundido en un abrazo amistoso con Fidel Castro y Hugo Chávez.

Por doquier habían pegado informaciones que anunciaban que se había anulado la entrada libre al país de los ciudadanos norteamericanos. Esta decisión fue adoptada luego de haberse recibido múltiples informaciones acerca de las humillaciones a que eran sometidos los bolivianos al cruzar la frontera de los EUA.

Si, ¡sólo acabo de sobrepasar el umbral del país y ya no dejo de asombrarme! En la Bolivia que yo conocí hace 17-18 años, los norteamericanos se sentían como en su propia casa, mientras que Fidel Castro – después de la dramática epopeya guerrillera del Che Guevara – era persona no grata para las autoridades bolivianas.

Evidentemente, Bolivia ha cambiado.

Una vez vencidas las formalidades migratorias, me dirigí en taxi a La Paz. A la una de la madrugada las calles de El Alto estaban absolutamente vacías: ni peatones ni vehículos; en muy pocas casas se veían luces encendidas. El Alto es una ciudad de trabajadores que comienzan temprano su jornada laboral, por lo cual no hay ninguna vida nocturna: ¡un buen sueño ante todo! Hace unos 20 años, El Alto era considerado un suburbio de La Paz que suministraba mano de obra barata. Hoy, El Alto es toda una ciudad con una población que rebasa el millón de habitantes. La economía de la ciudad está en alza, las empresas industriales trabajan a plena capacidad. Las antiguas chozas de barro cedieron su lugar a edificaciones de ladrillo que, si bien no se destacan por sus soluciones arquitectónicas, si cuentan con gas y otras comodidades.

El Alto, Bolivia
El Alto.

Vale la pena recordar que los habitantes de El Alto estuvieron a la vanguardia en la lucha contra la privatización del servicio de acueducto y la venta de gas barato al exterior. También resultaron una fuerza decisiva que condujo a la caída del gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada (Goni) que con "mano de hierro" llevó a cabo reformas neoliberales en interés de los monopolios extranjeros. En octubre del 2003, los "alteños" cerraron la carretera que conduce a La Paz, bloquearon el aeropuerto y lanzaron un llamado a los bolivianos para ofrecer resistencia a los planes antinacionales de Lozada. Éste dio la orden a emplear la fuerza. El resultado fue: decenas de víctimas y la bochornosa huída de Goni y sus ministros a Miami.

No causa sorpresa que los "alteños" sean partidarios de Evo Morales. Los núcleos urbanos del partido Movimiento al Socialismo (MAS), de las organizaciones indígenas de tendencia izquierdista y del "Comité de Vecinos" lo apoyaron en el duro bregar hacia la presidencia y hoy continúan apoyándolo después de 2 años de Evo en el poder.

Mate de coca
Mate de coca.
Ya en La Paz, luego de alojarnos en el hotel "El Rey Palace" lo primero que hice fue pedir una taza de "mate de coca", es decir, un té hecho a base de la hoja de la coca. En los hoteles bolivianos esta bebida puede solicitarse a cualquier hora del día: la prestación de ayuda a los huéspedes para neutralizar los efectos del soroche forma parte obligatoria del servicio (¡gratuito!) de asistencia "piadosa". No hace falta decir que el té de coca actuó con rapidez: pasó el mareo y las piernas comenzaron a obedecerme de nuevo.

En la sala de Internet del hotel conocí a R., fotógrafo de Moscú que había arribado a La Paz para reunirse con amigos bolivianos y hacer "descanso activo". Conservó los amigos desde la época en que su padre-diplomático prestó servicios en la embajada soviética. Mientras, él estudiaba en el liceo "Los Pinos", institución privilegiada según los patrones bolivianos. Por "descanso activo", R. entendía hacer un viaje por el país con una pesada maleta repleta de teleobjetivos, trípodes y todo el equipamiento necesario para realizar un trabajo completo de creación. R. planeaba hacer fotoreportajes no sólo de La Paz, sino además de otras zonas del interior boliviano. Se quejó de que en el último momento tuvo que desistir del viaje a los departamentos de Santa Cruz, Beni, Tarija y Trinidad debido a que habían sido declarados zonas de desastre: hacía una semana estaban siendo afectados por continuas lluvias torrenciales.


Mí recién conocido decidió limitarse a un recorrido por el altiplano: al complejo arqueológico de Tiwanaku, al lago Titicaca, a las ciudades de Oruro, Uyuni, Potosí y Sucre. Algo por el estilo era el itinerario que yo había concebido para mi, razón por la cual acordamos viajar juntos. La protección mutua no estaría de más. Su detallado plan de viaje, escrito en varias hojas, me gustó. Todo estaba descrito en detalles, preveía variantes para el caso de que se produjeran fallas en el itinerario. Posteriormente no tuve que lamentar el haber escogido a R. como compañero de viaje. Era un verdadero amante de Bolivia, se comunicaba gustosamente con los bolivianos, asombrándolos con giros y expresiones locales tomados de su "pasado en el Liceo".
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