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Manicomio, el articulo de Eduardo Galeano

30 de Marzo de 2003
Tiempos del miedo. Vive el mundo en estado de terror, y el terror se disfraza: dice ser obra de Saddam Hussein, un actor ya cansado de tanto trabajar de enemigo, o de Osama Bin Laden, asustador profesional.

Pero el verdadero autor del pánico planetario se llama Mercado. Este señor no tiene nada que ver con el entrañable lugar del barrio donde uno acude en busca de frutas y verduras.

Es un todopoderoso terrorista sin rostro, que está en todas partes, como Dios, y cree ser, como Dios, eterno.

Sus numerosos intérpretes anuncian: “El Mercado está nervioso”, y advierten: “No hay que irritar al Mercado”.

Su frondoso prontuario criminal lo hace temible. Se ha pa sado la vida robando comida, asesinando empleos, secuestrando países y fabricando guerras.

Para vender sus guerras, el Mercado siembra miedo. Y el miedo crea clima. La televisión se ocupa de que las torres de Nueva York vuelvan a derrumbarse todos los días.

¿Qué quedó del pánico al ántrax? No sólo una investigación oficial, que poco o nada averiguó sobre aquellas cartas mortales: también quedó un espectacular aumento del presupuesto militar de Estados Unidos.

Y la millonada que ese país destina a la industria de la muerte no es moco de pavo.

Apenas un mes y medio de esos gastos bastaría para acabar con la miseria en el mundo, si no mienten los numeritos de Naciones Unidas.

Cada vez que el Mercado da la orden, la luz roja de la alarma parpadea en el peligrosímetro, la máquina que convierte toda sospecha en evidencia.

Las guerras preventivas matan por las dudas, no por las pruebas. Ahora le toca a Irak. Otra vez ese castigado país ha sido condenado. Los muertos sabrán comprender: Irak contiene la segunda reserva mundial de petróleo, que es justo lo que el Mercado anda precisando para asegurar combustible al despilfarro de la sociedad de consumo.

Espejo, espejito: ¿quién es el más temido? Las potencias imperiales monopolizan, por derecho natural, las armas de destrucción masiva.

En tiempos de la conquista de América, mientras nacía eso que ahora llaman Mercado global, la viruela y la gripe mataron muchos más indígenas que la espada y el arcabuz.

La exitosa invasión europea tuvo mucho que agradecer a las bacterias y los virus.

Siglos después, esos aliados providenciales se convirtieron en armas de guerra, en manos de las grandes potencias.

Un puñado de países monopoliza los arsenales biológicos.

Hace un par de décadas, Estados Unidos permitió que Saddam Hussein lanzara bombas de epidemias contra los kurdos, cuando él era un mimado de Occidente y los kurdos tenían mala prensa, pero esas armas bacteriológicas habían sido hechas con cepas compradas a una empresa de Rockville, en Maryland.

En materia militar, como en todo lo demás, el Mercado predica la libertad, pero la competencia no le gusta ni un poquito. La oferta se concentra en manos de pocos, en nombre de la seguridad universal.

Saddam Hussein mete mucho miedo. Tiembla el mundo. Tremenda amenaza: Irak podría volver a usar armas bacteriológicas y, mucho más grave todavía, alguna vez podría llegar a tener armas nucleares. La humanidad no puede permitir ese peligro, proclama el peligroso presidente del único país que ha usado armas nucleares para asesinar población civil. ¿Habrá sido Irak quien exterminó a los viejos, mujeres y niños de Hiroshima y Nagasaki?

Escritor
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